jueves, agosto 05, 2010

Pequeños y grandes artistas en el trabajo colectivo













Bandera de mi Patria – Expresión Colectiva Jóvenes y Niños-
Por DIANA ALVAREZ


Creo que la magia existe. Se percibe en cada propuesta, cada acción, cada elección de cambio que nos acercan al sentido de Creación.
El don mágico puede manifestarse en variadas situaciones y ámbitos. Su potencia es infinita. Así, bien vale pensar en la magia con que los colores engaman la naturaleza humana y la del universo todo.

Particularmente la varita me ha señalado el color celeste, que al salpicarme me convoca a buscar la mirada del alma.

Desde su profundidad la firmeza del azul se abre, se transforma al recibir la pureza del blanco ¡Maravillosa alquimia de dar y aceptar! Surge entonces el celeste, nueva vibración para sumar a las expresiones de la vida.

La sutileza se hace testimonio en este color. En un paisaje las flores celestes atraen por su serenidad y nos remiten al color del cielo. En medio del ajetreo de las tareas y vicisitudes diarias, poner nuestros ojos en el firmamento relaja, calma, diría que hasta vigoriza la ilusión necesaria para lograr que algún sueño se haga realidad. El celeste moviliza la emoción, une lo terreno a la esencia de lo eterno, a lo que justamente denominamos celestial.

Si buscamos un punto de apoyo para dar inicio a un proceso intuitivo, para conectarnos con “la chispa”, “el duende”, el tono celeste es el indicado para partir a bucear en profundidad, tal como en un océano, hasta encontrar la señal anhelada.
En algunas culturas el azul celeste tiene connotaciones de purificación y de protección, tal cual lo expresa el color del manto que generalmente se observa en las imágenes con que la religión católica representa a la Virgen María. Ese tono cubre su pureza y llama a la búsqueda de protección maternal, de amparo, de dulzura, haciendo entonces que esas cualidades también visualmente se asocien al color mencionado.

Un poeta quizás nos hable de una luna celeste, de un brillo celeste en los espejos, de un mundo celeste, de palabras celestes, de hadas celestes, de secretos y de innumerables objetos celestiales…

Desde la sensibilidad y la imaginación seguramente podrán encontrarse otras asociaciones y sentires para esta tonalidad. Pero por no extenderme demasiado, y uniendo lo dicho en el comienzo con este casi final, quiero referir que entre aquellas mencionadas expresiones de la vida está la “hechura” de la Patria, fértil razón y desafiante empresa para justificar motivos entre ser o estar, mirar o crear, criticar u honrar.
Este Bicentenario nos impulsa a renovar fuerzas, principios y esperanzas, mirando justamente esos motivos, conservando orígenes y enraizando nuevas formas, pero siempre bajo la idea de Patria y su símbolo mayor: nuestra bandera celeste y blanca. Nuevamente el color de referencia, esta vez custodiando la blancura de la paz y completando la idea de grandeza ansiada para nuestro lugar en el mundo: Argentina.
Grandeza sostenida por el aliento poderoso de lo infinito, lo que siempre existirá, lo que siempre podrá ser completado, aliento de lo eterno que, indudablemente, es de color azul celeste.

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