Por Diana Alvarez
Lo intrascendente, lo repetido, la copia fácil e inmediatista, han avanzado casi sin resistencia hasta estos albores del siglo XXI, en el que no pocos problemas nos desconectan de fuentes que en otro tiempo brindaban su contenido enriquecedor a todas las expresiones y estratos culturales.
Dentro de esta vorágine hay quienes afortunadamente avizoran cambios necesarios.
No sólo los observan sino que buscan la manera de realizarlos e implementan medios para escapar de la trampa de lo trivial, aún a costa de sentir el agobio que toda búsqueda de difíciles metas trae aparejado.
Como ya se sabe no es nada fácil nadar contra la corriente, sin embargo esto a veces resulta salvador. Lo importante es unir los modos a los resultados.
Para esto existe una aliada invaluable: la Creatividad.
El ser creativos nos contacta con las maravillas de estos valores: Conocimiento – Potencia – Curiosidad – Comprensión – Asombro – Libertad – Valentía – Desapego – Humildad – Entrega – Fortaleza – Constancia – Serenidad – Alegría – Hondura – Generosidad – Plenitud.
Y como corolario, la sana creatividad permite el máximo acercamiento a la bondad, a la belleza y a la verdad, aquella tríada por excelencia del pensamiento de la filosofía clásica que sumergía , o más exactamente “emergía”, al hombre en la búsqueda del bien supremo y la verdad como concepto liberador, unido a lo sensible y a la belleza como camino de conocimiento. Entonces, bien se puede concebir a todo ello como base de la creatividad y a ésta como alma de toda concreción.
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